Buenas gente!! Pido disculpas por mi prolongada ausencia... La causa? Examenes como siempre!! Debo admitir que fue un cuatrimestre de lo mas movido, y todavia sigo estudiando para los finales! Asi que ando con muy poquito tiempo libre y no tuve la oportunidad de actualizar el blog (aparte de que no tengo dibujos ni fotos para compartir, no tengo tiempo!)
Paso por aca para compartirles algo que compartio un compañero de la facultad... Es largo, esta escrito por un medico veterinario, pero si tienen mascotas a las que aman y algo de tiempo, por favor, leanlo...
"REFLEXIONES SOBRE LA EUTANASIA.
Por el Dr. Juan Agustín Gómez
Después de algunos años de práctica en la clínica de animales pequeños,
se fue desarrollando en mí una creciente inquietud con respecto a este
tema, ya que siempre había sospechado que era necesario tener una
posición, una actitud coherente y sobre todo honesta frente a una
situación en la que tantas veces me había encontrado implicado y actuado
mecánicamente de acuerdo a los "usos y costumbres" social y
profesionalmente aceptados.
Han transcurrido unos cuantos años
más, he acumulado experiencia, he observado con preocupación y atención,
he incorporado información y actualmente creo poder expresar una
opinión cuando se me requiere y ésta es una de esas oportunidades.
Ante todo debemos dejar aclarado el significado de la palabra
"eutanasia", con el propósito de que todos sepamos a qué nos referimos
cuando la mencionamos. Personalmente opino que se la usa incorrectamente
ya que etimológicamente significa "buena muerte" o "bien morir" y el
diccionario la define como "muerte sin sufrimiento" y rara vez, el que
la practica, se detiene a pensar si está provocando algún tipo de
sufrimiento en su VICTIMA. Recordemos, como ejemplo, al tristemente
difundido uso de miorrelajantes del tipo del "Paranoval" que simplemente
matan por asfixia.
Quiero referirme en esta oportunidad a la
situación límite que, en la práctica diaria de la clínica de pequeños
animales, suelen presentarse en la relación entre paciente, propietario y
médico veterinario actuante, dejando de lado, momentáneamente todas las
otras razones, circunstancias y medios en y por los cuales se llega a
decidir que uno, varios o muchos animales deben morir. Es mejor así
debido a que el análisis de motivaciones culturales, sociales y
económicas, implica un conocimiento técnico amplio y profundo de cada
uno de esos campos y no me parece prudente tratarlos con ligereza. De
todos modos, cualquiera sea el punto de partida, la meta es la
reivindicación de un principio ético fundamental: el respeto por la vida
en todas sus formas.
De la mencionada relación de tres trataré
de analizar, en primera instancia, las diversas actitudes de dos de sus
miembros, siguiendo así la costumbre establecida en nuestro medio de
prescindir de la opinión de un tercero. Dejaré para el final la
observación de la situación y la actitud de este tercer personaje que
es, obviamente, el paciente.
El médico veterinario y el propietario deben coincidir, necesariamente en sentido afirmativo, para que el hecho se produzca.
¿Por qué el propietario decide que su animal debe morir?
1) Porque el animal está muy viejo, sordo, casi ciego y camina con
dificultad y "él no puede soportar" verlo en esas condiciones,
recordando los momentos felices que pasó viéndolo retozar cuando era
joven.
2) Porque, si bien es joven, "él no tolera" verlo con
ese aspecto horrible que le da la enfermedad de la piel, crónica y tan
rebelde a los tratamientos que por otra parte produce un olor tan
desagradable, "pobrecito" (?).
3) Porque la enfermedad es
grave, con pocas posibilidades de superarla y "él sufre mucho" pensando
que, después de tanta lucha y dolor, de todos modos su animalito puede
morir.
4) Porque la situación familiar, derivada de la preocupación por la enfermedad del animal "se hace insostenible".
5) Porque verdadera y sinceramente, cree que existe una posibilidad de
ahorrarle sufrimientos supuestamente inútiles a un animal que ama de
verdad.
6) Porque acepta el consejo del médico veterinario.Los
cuatros primeros casos, cuyos argumentos he debido escuchar casi
textualmente con tanta frecuencia, son el resultado de una actitud
absolutamente egoísta, refiriéndose todos ellos a la preocupación que el
dueño tiene por su propio bienestar, olvidando considerar a quien
realmente necesita consideración.
Quien nos ha dado tantos
momentos felices a través de muchos años merece que, al menos, le
dediquemos unos meses de esfuerzo y algo de preocupación para ayudarlo a
transitar sin dolor los últimos tramos de su vida.
El ser que
nos hizo enorgullecer con su belleza no merece ser condenado a muerte
porque momentáneamente no satisface las necesidades estéticas de nuestra
vanidad.
Nuestro propio dolor por el enfermo que sufre no
puede ser contemplado antes que el del propio enfermo, porque es él
quien necesita ayuda.
¿Y la situación familiar? Muchas veces se
invoca la presencia de niños para los cuales la situación resultaría
una experiencia desagradable. ¿Por qué no aprovecharla para brindarles
un ejemplo de solidaridad con el que sufre y de amor por la vida?
Los motivos expresados en los casos 5 y 6 merecerán ser incluidos en
las consideraciones generales. No obstante sería bueno pensar si detrás
de ese "ahorrarle sufrimientos" no se oculta la intención de
desembarazarse de una verdadera carga o si el consejo del profesional no
resulta especialmente apropiado y oportuno para aliviar un sentimiento
de culpa por la consumación de un hecho que no podrían llevar a cabo sin
un cómplice.
¿Por qué el médico veterinario decide que su paciente debe morir?
1) Porque lo considera incurable.
2) Porque las escasas posibilidades de curación no justifican los esfuerzos de todo tipo que deberían realizarse.
3) Por ahorrarle a su paciente sufrimientos "supuestamente inútiles.
4) Porque el propietario lo pide.
El pronóstico de incurabilidad es pronunciado con frecuencia muy
llamativa, tanto que cabría cuestionarse la utilidad de tantos años de
estudios realizados por los veterinarios dado que, aparentemente, sólo
son atendibles las enfermedades que no revisten verdadera gravedad.
Como médico veterinario debo confesar que pronosticar incurabilidad,
especialmente si el diagnóstico va acompañado de algunos estudios
complementarios y la sentencia se pronuncia con gesto académico, es una
salida elegante llena de ventajas, a saber:
a) libera de la
responsabilidad de enfrentar un tratamiento con probabilidades de
fracasar y los fracasos, aún en casos gravísimos, siempre provocan
cierta pérdida de prestigio.
b) Alivia el esfuerzo de trabajo y dedicación que significa un enfermo grave.
c) En caso de ser aceptada la eutanasia por el dueño (cosa muy
probable) se termina en un instante con un "caso problema", quedando más
tiempo disponible para las vacunaciones y casos sin gravedad que son la
fuente más importante de ingresos fáciles.
Personalmente,
cuando ante un caso muy grave se me requiere un pronóstico definitivo
suelo responder que solamente podemos estar seguros de lo que conocemos
con certeza y este tipo de conocimiento certero es tan escaso entre los
hombres que podemos asegurar que lo que conocemos es ínfimo en relación
con lo que no conocemos. De modo que nadie, absolutamente nadie, puede
tener la certeza, la seguridad, de que un paciente indefectiblemente
morirá. Dicho de otra manera, solamente podremos asegurar la
incurabilidad de un paciente cuando éste haya muerto.
Todos los
milagros son simples evidencias de nuestra ignorancia. Yo sigo
asombrándome cada vez que presencio la curación de un caso que, de
acuerdo con el diagnóstico de enfermedad clínica perfectamente
realizado, debería darse por perdido. Del mismo modo, me asombro ante el
desenlace fatal de casos que estaban aparentemente bien controlados.
De manera que podemos preguntarnos: ¿debemos condenar a muerte a un animalito simplemente porque ignoramos la forma de curarlo?
Nuestra misión como médicos es luchar por la vida del enfermo, tratando
siempre de curarlo o al menos, de aliviarlo, con todos los medios
disponibles, poniéndonos de su lado y no del lado de la enfermedad y de
la muerte.
Todo ser vivo tiene el derecho de ser favorecido por el "milagro" y no podemos negarle su oportunidad.
Con demasiada frecuencia se olvida la consulta entre profesionales y
muy especialmente se olvida recurrir a otro tipo de medicina no
convencional y aún a los métodos tachados de mágicos o curanderiles,
como si el dogma científico fuera más importante que la vida del
enfermo.
¿Cómo podemos traicionar a quien nos pide ayuda y
confía en nosotros? ¿Es que el orgullo personal, la necesidad de
prestigio y consideración o aún el interés material valen más que la
vida y el bienestar de nuestro paciente?
Profundizando un poco
más, afirmo que los hombres, cualquiera sea el grado de autoridad
científica, social o cultural que hayamos alcanzado, no tenemos el
derecho de destruir aquello que somos incapaces de crear y cuyo profundo
misterio desconocemos: la VIDA.
Y como en la situación que
estoy analizando cuando hablo de vida me refiero específicamente a la
del paciente, analizaré la condición de este "tercer personaje", a quien
considero el más importante.
Si él pudiera hablar y le
preguntáramos su opinión ¿qué diría?. Si el pudiera...Pero... ¿no puede?
¿Cuántos de nosotros y cuántas veces nos hemos detenido a escuchar su
voz? Todos los animales son capaces de hacernos saber qué quieren, qué
sienten, especialmente si convivimos con ellos, y en el caso de los
animales enfermos esta expresividad se conserva y aún se exalta en
algunos casos, resultado casi obvio que, aparte de la expresión y la
actitud, cada síntoma es un pedido de ayuda.
Ha sido observado
además que los animales son capaces de cierto "voluntarismo" en relación
con su vida, tal el caso de los perros que por haber muerto su amo
"deciden" morir también (cada lector debe conocer alguna historia de
estas).
En lo que a mi respecta, me ha sido relatado por un
allegado inmediato al protagonista y testigo presencial, un
escalofriante episodio de supervivencia voluntaria. Trataré de
resumirlo.
Un hombre, por razones de trabajo debe viajar por un
tiempo. Su perro, ya viejo, queda en su casa en compañía de su familia.
En ausencia del amo el perro enferma gravemente y el médico veterinario
que lo atiende pronostica un desenlace fatal a corto plazo, llegando
incluso a proponer la eutanasia para evitar lo que se consideraba una
agonía inútil. Los familiares prefieren no tomar ninguna determinación
sin el consentimiento del amo, quien al serle comunicada la novedad
decide regresar.
Mientras tanto transcurren los días, el perros
está en un estado de sopor comatoso, no come ni bebe, apenas respira.
Nadie, incluido el médico veterinario, se explica cómo es posible que
siga viviendo. Ya debería estar muerto. Transcurre en esas condiciones
casi una semana. Finalmente el amo regresa y el perro, que había estado
"inconsciente" todos esos días, al entrar aquél levanta la cabeza y lo
mira. El amo se acerca y, llorando lo acaricia. En el momento de recibir
la caricia el perro muere.
¿Cómo es posible que propietario y veterinario decidan, a veces tan ligeramente, el destino de una vida como esa?
Alguien podría decir, y de hecho lo he oído varias veces, que es
"inhumano" permitir el dolor "inútil en un perro que ni tiene esperanzas
de salvación".
Ya he mencionado la relatividad y subjetividad
del concepto de incurabilidad, de modo que agregaré otra afirmación:
creo que no existe ningún dolor físico que supere al que produce la
certeza de la muerte artificial inminente producida con la complicidad
de quien se ha amado tanto.
Pocas personas ignoran que los
perros perciben nuestra actitud aunque no hagamos absolutamente nada, de
manera que es evidente que "saben" qué es lo que vamos a hacer cuando
empezamos a hacerlo. Cuando llamamos a nuestro perro para salir a pasear
éste viene inmediatamente, pero cuando lo hacemos para bañarlo (si es
que el baño no le gusta) se esconde aunque nuestro tono de voz sea el
mismo. Cuando lo llevamos al consultorio del veterinario se resiste a
pasar por el lugar, aunque el camino sea el mismo que recorremos para ir
a la plaza. Y cuantos ejemplos más.
¿Cómo podemos pensar entonces que él no sabe que vamos a matarlo?
El lo sabe y ningún sufrimiento físico es comparable con la angustia
que éste hecho le produce. Quien haya mirado los ojos de un perro en ese
trance no olvidará jamás esa mirada. Yo no la olvidaré. Como tampoco
olvidaré jamás el último caso en el que llegué a practicar la
"eutanasia".
Se trataba de una perra con una encefalitis en
período depresivo que se encontraba en coma desde hacía 48 horas. Cuando
en complicidad con el dueño, convencidos de que era lo mejor, tomamos
la nefasta decisión y preparé la jeringa y al inclinarme sobre mi
paciente para inyectarla empezó a sacudirse tratando, aún inconsciente,
de incorporarse para escapar.
Estoy absolutamente convencido de que ella supo lo que yo iba a hacer.
Y si ellos conocen nuestras intenciones... ¿cómo vamos a abandonarlos
justamente cuando más nos necesitan? ¿No somos capaces de dedicarles
algunas horas, días o aún semanas de nuestro esfuerzo, cuando ellos
hubieran sido capaces de dar la vida por nosotros?
Estoy
mencionando exclusivamente a los perros, pero esto se debe
exclusivamente a que es una de las especies que tiene un mayor contacto
con el ser humano y por lo tanto, estamos familiarizados con ellos.
Todos, absolutamente todos los seres vivos sufren la muerte y digo la
"muerte" y no su propia muerte exclusivamente. Como ejemplo de esto
bastaría con remitirse a las extraordinarias experiencias relatadas en
el conocido libro "La vida secreta de las plantas".
Lo único
que conocemos de la vida son sus manifestaciones y una de las
principales características observadas en la sustancia viva es su lucha
constante por la conservación de esa vida.
Cada célula, cada
ser unicelular, cada partícula de protoplasma está luchando por
conservarse viva, por disponer del mayor tiempo posible para alcanzar
sus "metas biológicas".
Entonces, ese animalito que estamos
planeando matar, ¿no se sentiría feliz, a pesar de los dolores de una
enfermedad que lo está derrotando, de saber que estamos a su lado,
luchando por su vida hasta último momento?
Cada ser vivo tiene su tiempo, su tiempo para nacer y su tiempo para morir.
No conocemos las leyes que rigen la multitud de circunstancias que
conducen al nacimiento de un nuevo ser, de un ser único, inédito,
irreproducible, y la multitud de circunstancias que determinan el final
de esa vida única e inédita.
Matar es sólo eso, matar. Destruir
la vida. Jamás debemos aceptar que la muerte, la muerte artificial, la
muerte provocada pueda producir algún beneficio.
Todo ser vivo
tiene el derecho de vivir hasta su último instante, de disponer de todo
su tiempo y de alcanzar su "propio fin", su muerte natural. Y esa es la
única, la verdadera eutanasia. Todo lo demás es asesinato.
"No
matarás" nos dice uno de los mandamientos y eso significa también "no
matarás en tu corazón", es decir la profunda y verdadera actitud vital
de respeto a la maravillosa creación en la cual estamos incluidos.
Con otras palabras, sólo el amor puede salvarnos.
Dr. Juan Agustín Gomez
CPCA Derechos reservados | info@cpca.org.ar"
Que tengan un buen fin de semana!!!
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